
Hace relativamente poco tiempo, un amigo quedó conmigo para intentar arreglar una pequeña bronca que habíamos tenido por culpa, en gran parte, del alcohol. Después de cinco años conociéndonos, para mí no había mucho que decir: era una tontería que era mejor olvidar. El caso es que todo iba muy bien en nuestro reencuentro, hasta que entramos en el tema en cuestión -que yo pensaba, por cierto, que se había olvidado ya y que no iba a salir a colación tras una hora de conversación-. En ese momento fue cuando me dijo: bueno, tengo que decirte algo con respecto a nuestra bronca, creo que eres un infantil, un inmaduro y un maleducado, pero te quiero por encima de todod, así que voy a perdonarte y a hacer como que no ha pasado nada. Mi sorpresa fue mayúscula, pero no porque me dijera algo que, sospecho, pensaba desde hacía mucho tiempo. Lo que me dejó anonadado fue que usara precisamente esa frase para intentar arreglarlo.
Eso me hizo pensar. No creo que esta persona pueda considerarse amigo mío, puesto que ni siquiera al mejor amigo del mundo se le pueden decir según qué cosas. Supongo que fue una buena forma de acabar con la relación. Y sobre eso es sobre lo que he reflexionado: cuando llega el momento de separarse, ¿es mejor decir todo lo malo o hacer que la vida ponga a cada uno en sus sitio? En otras palabras, si la amistad tiene fecha de caducidad (que en muchas ocaciones, la tiene), ¿es mejor comunicarlo o por el contrario, es mejor dejarlo todo en silencio, como en los entierros, por los viejos y buenos tiempos?
Ha sido desde este momento cuando me he puesto a pensar en mis amistades, mis mejores amigos, a lo largo de mi vida. Desde el parvulario hasta la universidad, mis amistades han ido cambiando casi cada año -con honrosas y muy valiosas excepciones- y, simplemente, ha sido una cuestión de dos. Nunca ha habido palabras duras, ni dolorosas, y guardo un recuerdo excelnte de ell@s. Ni que decir tiene que no sé nada de la vida de muchos, pero su recuerdo me acompañará siempre y ocuparán un lugar muy importante en mi corazón
Sin embargo, ¿qué puedo decir de esta persona? Es como cuando se te queda grabada la imagen de un cadáver en el tanatorio: por muchos recuerdos que guardes del fallecido, siempre te vendrá a la memoria el instante en que le viste a través del cristal, como dormido, pero con la certeza de que no despertará. Nunca dejaré de sentir que mi gran amigo me ha llenado el corazón de alegrías, pero siempre que le recuerde, quedará empañado por la última actuación de su vida conmigo. Es triste, pero es algo que no se puede evitar.
Días después, comentándolo con otros amigos, sus reflexiones me han hecho poner de manifiesto que el silencio es la mejor opción, en ese momento, para continuar con la amistad. No me interpretéis mal: no me gusta que me mientan, pero del mismo modo que cuando algo me hace gordo prefiero que mi amigo me diga que no me favorece o me enseñe otra cosa que ponerme, me gusta que si la fecha de caducidad ha llegado y yo no me he enterado, no me haga probar el amargo de lo pasado de fecha. Porque si a Humphrey y a Ingrid siempre les quedará París, a mi amigo y a mí siempre nos quedará lo vivido juntos.
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