
Durante este fin de semana estoy haciendo de "guardián" de una nave industrial, en la que mis amigos están rodando un corto. La nave, de mi propiedad, contiene maquinaria pesada y me da miedo que tengan algún problema con ellas. El caso es que he de pasar las noches con ellos ,viendo cómo ruedan un corto que parece muy interesante y que, espero, me dejen visionar cuando lo tengan montado. Va sobre un búnker, una guerra bacteriológica... En fin, no cuento más, porque promete, y no quiero ser un spoiler cualquiera.
Así que aquí me tenéis, sentado en el despacho de mi padre, con el ordenador delante y una mini cadena al lado. La verdad es que me gusta el ruidito que hacen las teclas cuando las pulsas (es como la percusión de la modernización de la vida), pero después de más de diez horas escuchando sólo eso, acaban agobiando. Así que me he puesto a mirar la cadena, con dudas. Suponía que en la radio estaría sintonizada Onda Cero que, aunque me gusta por motivos más que personales, no me apasionaba escuchar (especialmente porque hasta las dos de la mañana hay fútbol, deporte por el que tengo un sentimiento muy superior al desdén y al odio). Entonces he pensado en una cinta de cassette (os acordáis de ellas, ¿no?), pero no he encontrado ninguna.
Sin muchas esperanzas de tener éxito, he pulsado a la opción del CD (a todo esto, sin descuidar las conversaciones del messenger, ya que he encontrado el mando a distancia de mi papá). Y ahí estaba. Joaquín Sabina. Quienes me conocen saben que sólo con escuchar a Sabina mis problemas desaparecen. Mientras su voz suene, no hay pensamientos malos. Debe ser porque mi madre lo ha escuchado desde antes de que naciera, y he llegado a estar mamando de su pecho mientras ella escuchaba y cantaba, incluso, sus canciones.
Pero cuando he reconocido qué canción era, casi se me saltan las lágrimas. Era Física y Química, para mí el disco imprescindible de este cantautor ami parecer genial. Hacía dos años que andaba buscándolo. Muchas veces he necesitado escuchar alguna de sus canciones, en especial A la orilla de la chimenea, pero también La del pirata cojo o La canción de las noches perdidas, entre otras muchas. Bueno, todo esto viene al caso de que he recuperado un tesoro personal creía completamente perdido (por lo que parece, no es tan personal o, al menos, compartido con mi padre). Así que aquí me tenéis, llevo dos horas escuchándolo, con cara de felicidad, como si fuera la primera vez que lo escucho.
Y creo que ha sido más porque he recuperado una parte de mi vida que creía perdida más que porque adore casi todas las canciones de este CD (estoy un poco hastiado de Y nos dieron las diez, pero la soporto con estoicidad). Una parte de mis bálsamos (alguna vez escribiré sobre ellos, que son muchos, muy variados y de lo más interesantes). Y si este día no ha sido uno de los mejores de mi vida, sólo con este detalle se ha solucionado. Así soy yo, que con cualquier tontería me conformo. ¿Hay alguien más al que le pase?
Por si acaso, un consejo, como dice Sabina: si lo que quieres es vivir cien años... No vivas como vivo yo. Grande.
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