
Hace unos días que mi vida ha cambiado del todo. No es que me haya vuelto del revés ni nada por el estilo, pero hay que reconocer que, desde hace menos de una semana, he cambiado la confortable vida familiar por la soledad de un piso para uno. Y además, me he ido de Valencia (con lo que yo la adoro) para subir por la costa y quedarme en Burriana, Castellón (que aún me resulta extraña, como si no encajase). Y, por si no fuera suficiente, mi último paso adelante ha consistido en dejar el nido familiar laboral para empezar a trabajar en un periódico digital.
No me entendáis mal. Nada de esto es un reproche. Sólo un poco de miedo. Miedo por lo desconocido, supongo. Aunque estoy muy contento de las ventajas de la vida de un joven soltero en un ático playero en un pueblo a más de cincuenta kilómetros de su familia, tengo el miedo a que todo salga mal y tenga que perder todo lo que he adelantado. Espero estar equivocado, pero al fin y al cabo, eso es la vida.
Pero no es eso de lo que quería hablar. Ayer tuve que hacer una de esas noticias que le alegran el corazón a uno. Fue un detalle muy pequeñito, pero me agradó mucho y, creo, me hizo acercarme a este pueblo tan... tan pueblo, tan recogido, pero tan afable y preocupado por su comunidad. En fin, se me olvidaba contar el detalle o, mejor dicho, la noticia: fui a un concierto de música clásica para niños.
Lo primero que quiero decir es que soy un auténtico fan de Fantasía, incluso me gusta la parte "alcohólica" de Dumbo. Todas las actividades en pro del desarrollo de la música clásica en los niños son bienvenidas en mi consideración. Y aunque este concierto no fue Fantasía, la verdad es que pude observar cómo los chicos y chicas (con edades entre 6 y 8 años), disfrutaban de la música de Mozart. Incluso cantaron, palmearon (con distintas intensidades en diferentes momentos, que conocían a la perfección) y se les vio en todo momento muy, muy impresionados por las notas que surgían de los instrumentos de la Banda Joven de Burriana.
No sé si en Valencia existen este tipo de iniciativas, pero el problema de estar en una ciudad grande es que no hay manera de enterarse de todo. Sin embargo, en Burriana se acercaron más de dos mil niños a verlo, en dos días, y los adultos también se contaban por decenas. Y todo para escuchar a Mozart. Y eso no tiene precio. Creo que ha sido este acto el que ha hecho que empiece a pensar en Burriana como un pueblo en el que merece la pena vivir.
Eso y que no tengo que usar el coche prácticamente para nada: todo está tan cerca que parece tontería conducir...
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