sábado, 12 de mayo de 2007

Un texto que me ha alegrado el día

Hace una semana leí en Yo Dona un artículo titulado "Pogamos que hablo de...". Obviamente (quien me conoce lo entenderá), con este título no podía dejar de leerlo.


La verdad, Bárbara Alpuente siempre me ha gustado en su forma de escribir -ya ves tú de qué le servirá mi opinión a ella, pero bueno, es la verdad-, pero cuando leí este título tan sabiniano, no me pude resistir a seguir leyendo (con el posible problema que podría haber tenido, y no tuvo, en el directo de la radio, todo sea dicho).

En fin, que me empiezo a desviar. Ahí va el artículo en cuestión:

Hoy he visto a un hombre ciego entrar en una sala X. Y un obrero de la construcción se comía un bocadillo mientras leía una revista de moda. Ayer me crucé con un mimo, vestido de arlequín, que caminaba muy deprisa y hablaba a gritos por el móvil. En el McDonald's, una monja se zampaba una hamburguesa, con una cara de felicidad que ni Santa teresa de Jesús. He visto a cuatro chinos jugando a la petanca. Una mujer embarazada se ha tapado la tripa al pasar junto a la taladradora de una obra. En mi calle, un gran danés paseaba con paciencia a una señora diminuta. Una chica de 20 años anuncia en televisión una crema antiarrugas. Camino junto a un cartel con letras bien grandes: prohibido fijar carteles. En un distinguido café, una camarera americana, rubia, blanca y de ojos azules, limpia apresurada la mesa de un matrimonio iraní, que charla tranquilamente mientras ojea la carta. Ayer me llamó una amiga pidiéndome consejo sobre su vida amorosa. En mi buzòn me esperaba el Ocaso, una anuncio de seguros de vida que espero que me hayan enviado por error. En la frutería, se me cuela una anciana, alegando que ella es más mayor y, por lo tanto, tiene menos tiempo que perder. Ni se lo discuto. Un conductor de autobús, parado en un atasco en hora punta, escucha a todo volumen Born to Be wild y se retoca el flequillo en el retrovisor. Entr un montón de escombros que inundan las calles de la ciudad, leo un inmenso y llamativo anuncio: Madrid limpio es capital. Un empleado de una tienda religiosa sale del establecimiento y camina calle abajo con un crucifijo tamaño real mientras se fuma un cigarro, ajeno al impacto que produce la imagen. Paso por delante de una prostituta que lleva el mismo vestido que yo. La miro con curiosidad y ella me devuelve la mirada con sorna. Lo sabe. A ella le queda mejor que a mí. En el parque, un grupo de hombres borrachos buscan bancos en los que tumbarse y darle al botellón. En un bar, un niño espera resignado en su carrito a que sus padres se terminen el vermú. Me cruzo con mi vecino de abajo, saludo amablemente, su perro me dedica una mirada; el dueño, no. Me topo con una valla publicitaria que anuncia hipotecas: ¡Piense en cómo invertir su dinero! A su lado, una mujer octogenaria vestida de negro pide limosna. Leo un editorial sobre cómo evitar la violencia de género; en la página siguiente, una marca de ropa se promociona con una modelo adolescente que posa despeinada en una cama, con el maquillaje corrido y la ropa hecha jirones. Dos hare krishna discuten sin pudor en pleno Rastro, dejando un rato de lado su voluntas religiosa.

A veces, la vida parece una canción de Sabina.


Me encantó cuando lo leí esta tarde (pedazo homenaje a mi norte querido, donde viven mis hijas). Y no he podido resistir el copiarlo. que Bárbara Alpuente me perdone.

Disculpad que hoy no hable de mi vida, pero más que una canción de Sabina, recuerda horrorosamente a una sesión de Pimpinela. O una de las más tristes de Gardel. Aunque esto no quita para que me encante leer este tipo de textos...

No hay comentarios: